Gases de Efecto Invernadero (GEI) y, en especial, del dióxido de carbono (CO2). El primer paso para mitigar el calentamiento global es inventariar y cuantificar la cantidad de emisiones que son liberadas a la atmósfera debido a nuestras actividades cotidianas o a la comercialización de un producto, es decir, el impacto ambiental y la huella ecológica de cada acción humana.
Para esta medición contamos con un parámetro internacionalmente aceptado: la huella de carbono (Carbon Footprint), definida en 2008 por la UK Carbon Trust como «la totalidad de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos de manera directa o indirecta por un individuo, organización, evento o producto».
Una vez conocido el tamaño de la huella, cuantificada en emisiones de CO2 equivalentes, es posible implementar una estrategia para reducirla. Desde esta perspectiva, la huella de carbono representa una contribución de las autoridades, organizaciones socialmente responsables y ciudadanos para la toma de conciencia medioambiental y la adopción de prácticas más sostenibles.
Con la medición de la huella en unidades de dióxido de carbono, se pretende que las empresas sean capaces de reducir los niveles de GEI mediante un cálculo estandarizado de las emisiones que tienen lugar durante sus procesos productivos.
El análisis de la huella de carbono implica el conocimiento de los puntos críticos para la reducción de emisiones. Abarca el ciclo de vida completo de un proceso, producto o servicio, desde la adquisición de las materias primas hasta la gestión de sus residuos, pasando por la manufactura y el transporte.
El certificado de la huella de carbono, emitido por una entidad independiente y acreditada, no es obligatorio, pero muchas empresas están interesadas en que sus productos lleven la etiqueta que certifica los valores de CO2, porque de esta manera facilitan información a los consumidores para que éstos puedan optar responsablemente por los productos más sanos y menos contaminantes.
Huella de carbono de los productos papeleros
Hoy contamos con valiosos informes sobre la huella de carbono de distintos productos, actividades o incluso sectores, gracias a los cuales podemos saber si la huella de carbono de un correo postal es mayor o menor que la de un e·mail, la de un libro o la de un e·book, la de una bolsa de papel o de una de plástico…
La industria del papel ha reducido su huella de carbono más del 10% entre 2005 y 2008. Por tanto, hay que tener miedo a consumir papel, ya que si comparamos las emisiones promedio asociadas al consumo de papel por persona y año en España, estamos hablando de menos de 200 kilos de CO2 equivalente. Muchas actividades cotidianas, como coger el coche o consumir carne, emiten mucho más que eso.
FEFCO, la Federación Europa de Fabricantes de Cartón Ondulado, ha medido la huella del embalaje de cartón ondulado y ha anunciado que las cifras se han reducido un 11,7% en los últimos tres años. En cambio, el embalaje de plástico deja una huella de casi tres veces más kilogramos de CO2 por tonelada.
No hay que olvidar que el transporte produce el 35% de las emisiones totales de CO2. Como el cartón ondulado se adapta perfectamente al producto y no transporta aire, permite aprovechar al máximo el espacio en camiones, almacenes y lineales y contribuye a reducir la huella de carbono del producto que envasa.
Por otra parte, el cartón ondulado nace de una fuente natural y renovable de materia prima, el árbol, que fijando CO2 produce madera, de la que se obtienen las fibras de celulosa con las que se fabrica el papel. El CO2 fijado en el árbol permanece en los productos papeleros, que son verdaderos almacenes de carbono. El papel, una vez utilizado, se recicla varias veces. Cuando ya no es apto para nuevos usos, se valoriza como combustible (biocombustible), al igual que la biomasa y los residuos del proceso de fabricación.